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José Antonio Páez |
Febrero 14.- Al fin después de
algunos días de haber estado esperando con ansia la venida de Su excelencia el
ilustre General José Antonio Páez, hoy se encuentra ya entre nosotros: lo hemos
visto bien de cerca para convencernos de que no era una ilusión de nuestros
sentidos, sino el colmo de una halagüeña realidad.
Desde
ayer por la tarde se supo que
ciertamente llegaría hoy Su Excelencia, y todos los habitantes del pueblo de La
Guaira se dispusieron a recibir con entusiasmo al valiente General cuya espada
vencedora tantas veces vibró en los días de batalla, y que siempre triunfante
ha vuelto cargada de laureles, después
de asegurarnos la paz y el orden social.
A las ocho de la mañana de este día se encontraba
tendida la tropa de la guarnición de este puerto y la milicia activa, desde un
poco más allá de la puerta de Caracas, en el punto donde se encontraba un arco
triunfal, hasta las puertas de la Aduana; el pueblo bullía inquieto paseándose
por medio de estas tropas, esperando el instante de ver pasar al noble General,
y tendía á cada momento la vista al camino nuevo de Caracas. Gran número de
hermosas poblaban los balcones de la Aduana y las casas inmediatas,
manifestando lo mismo que los hombres, el deseo de contemplar el rostro del
héroe que se ha declarado el protector de los venezolanos.
Las
nueve serían ya: el cielo estaba tranquilo, e mar con apacible murmullo bañaba
las rocas de la rivera, y sus ondas de plata y azul se quebraban dulcemente,
desvaneciéndose después sobre la arena. Entonces ¡cosa extraña, inaudita, casi
sobrenatural! Un grupo lindo de hermosas palomas, cruzando rápido por encima
del arco triunfal que estaba cerca de la puerta, se alejó después en dirección
al camino de Caracas; y de allí, volviendo hacia nosotros, parecía indicarnos
que el héroe se acercaba. En efecto, uno que tendió la vista al lado de
Maiquetía alcanzó a ver la comitiva á lo lejos y dando un grito de alegría para
anunciarlo, este grito resonó en los labios de todos los circunstantes. Al
punto se formaron las tropas, el pueblo se conmovió y todos esperaron…… fija la
vista en el camino, demudado el
semblante, palpitando el corazón. Sí, nosotros pudimos observar todas
las fisonomías, y todas respiraban el gozo y una ansia extrema que nadie podía
ni quería ocultar. Hay momentos sublimes, momentos en que el alma siente y el
espíritu se impresiona, pero que no se pueden describir, y uno de esos momentos
fué cuando se aproximaba la briosa comitiva que acompañaba á Páez. El navío de
guerra español Soberano enarboló el pabellón venezolano y dio una salva desde
el instante en que el vigía con un repique de campana anunció la proximidad de
Su Excelencia; y cuando ya entraba por Maiquetía otra igual se disparaba en la
batería del puerto.
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José Antonio Páez, litografía de 1847 |
Por
fin llegó: el pueblo callaba, y una marcha guerrera tocada por la banda de la
milicia activa, resonó en aquel momento supremo: el General Páez, montado sobre
un soberbio corcel, á la cabeza de una multitud de á caballo, tanto de este
puerto que salieron á recibirle como de Caracas que venían con él, llegó hasta
el arco triunfal. El pueblo, hasta entonces contenido, no pudo por más tiempo
resistir; al ver el talante
impresionante del héroe, al ver aquella cara radiante serena, un grito supremo de alegría se escapó
de todos os pechos. A ese eco imponente arrebatado de lo profundo
del corazón, á ese ¡¡viva!! De un pueble entusiasta, el héroe llevó la mano á
la cachucha; y saludando con benevolencia á lado y lado, siguió hasta la Aduana
rodeado del polvo que levantaba la caballería, la innumerable multitud que se
cercaba, y á los repetidos ¡vivas! Que levantaban hasta el cielo tantos hombres
agradecidos.
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Casa Guipuzcoana, Antigua Aduana la Guaira, foto finales XIX |
Se
desmontó en la Aduana, á donde se dirigieron mucho ciudadanos Para felicitarle
por su dichosa llegada. Era las once, y aun no le habían dado tiempo para
sacudir el polvo de su vestido, los continuos obsequios de sus conciudadanos.
La
función ha sido brillante, grata, digna del héroe que la ha provocado. Deseamos
sinceramente que Su Excelencia quede gustoso con nosotros: este sería el colmo
de nuestra dicha, el premio a nuestro entusiasmo y la satisfacción más grande
que le puede quedar á nuestra conciencia.
-Por
cortos instantes descansó Su Excelencia. Luego llegó el Sr. Brigadier,
comandante del navío Soberano acompañado de doce oficiales, para felicitarle.
En
seguida el Sr. Jefe Político acompañado de una infinidad de ciudadanos, se
presentó y le habló en estos términos:-El pueblo de La Guaira por nuestro
órgano os saluda de nuevo, Excelentísimo Señor. Al veros entre nosotros
sentimos como restañadas las heridas que hijos ingratos de Venezuela abrieran
inhumanos á nuestra patria común. Veréis, Señor, reflejado en el rostro de
todos los patriotas de la Guaira, el llanto de gozo que inunda el corazón al
admitir en esta villa por nuestro ilustre huésped al padre y salvador de
Venezuela. Recibid, Señor, el cordial abrazo con que os estrechan los buenos
vecinos de la Guaira”.
Su
Excelencia contestó de una manera análoga á los puntos que contenían la
felicitación del Jefe Político y concluyó con estas palabras: “Recibo y
devuelvo agradecido el cordial abrazo que por vuestro conducto me envían los
buenos vecinos de la Guaira;” y estos tuvieron efectivamente la satisfacción de
recibir por medio del Presidente de la Comisión un estrecho abrazo en que Au
Excelencia una vez más comprobó todos los resortes de su alma grande.
-A
la tres de la tarde la batería de la plaza correspondió al saludo que por la
mañana hiciera el navío Soberano al Héroe y al pabellón venezolano, y también
la bandera española se enarboló en el castillo de la Vigía.
Tomado
de “El Vigía de la Guaira” reproducido por el “El Centinela de la Patria” Nro.
39 del 17 de febrero 1847.
Artículo editado por Whylmhar Daboín.
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